Piura y Valencia
Entre la región Piura, en el norte del Perú, y Valencia, capital de la Comunidad Valenciana, en España, hay alrededor de diez mil kilómetros de distancia y un abismo de realidades distintas. Sin embargo, en estas últimas semanas ambos territorios han sufrido los impactos de un fenómeno común: el calentamiento global que se expresa a través de distintos fenómenos meteorológicos extremos.
Lo ocurrido en Valencia es un claro ejemplo de lo que está pasando en varias zonas del planeta: situaciones extremas que ocurren con mayor frecuencia. En este caso estamos frente a una de las peores catástrofes hidrológicas en la historia de España: la denominada gota fría, conocida también como DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), es un evento meteorológico que ocurre por una combinación de masa de aire que se desprende de una corriente fría y que desciende (por eso lo de gota fría) sobre otra corriente de aire caliente. Esa masa de aire desprendida de una corriente fría se topa, en este caso, con las aguas del Mediterráneo, que desde hace un tiempo tiene temperaturas más altas de lo normal.
Toda esta combinación de factores produce lluvias torrenciales que han acumulado cerca de 500 litros por metro cuadrado en algunas zonas, lo que ocasionó el desborde de ríos, embalses, barrancos, con inundaciones relámpagos (la DANA se inició el 24 de octubre), golpeando rápidamente, sobre todo, a la provincia de Valencia: se habla de 217 fallecidos y daños materiales, por el momento, incalculables.
Frente a la interrogante de si lo ocurrido tiene relación con el calentamiento global, la respuesta de varios expertos es concluyente: sí está relacionado con el calentamiento del planeta. El aumento de la temperatura está provocando que el aire retenga mayor vapor del agua, lo que a su vez genera lluvias más intensas. Además, como se ha mencionado, el Mediterráneo, como también ocurre con los océanos, cada vez está más cálido, lo que se convierte en una suerte de “combustible” para que ocurran este tipo de eventos extremos.
Como señala la meteoróloga española, Mar Gómez Hernández, “el continuo aumento de las temperaturas en el Mediterráneo plantea un escenario preocupante en cuanto a la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos”. Pese a que todavía algunos argumentan que siempre ha habido este tipo de eventos y que no hay mayor novedad, todos los modelos climáticos confirman una tendencia preocupante de mayor frecuencia y severidad de este tipo de fenómenos. Así de claro y contundente.
Piura y la sequía
Lo que viene pasando en el norte peruano es un nuevo capítulo, cada vez más frecuente, de una severa crisis hídrica. En realidad, este nuevo episodio de crisis hídrica se viene arrastrando, como lo ha señalado el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (SENAMHI), desde el año 2022. Por ejemplo, el año pasado, más de 130 distritos de 9 departamentos en todo el país fueron declarados en emergencia por peligro de déficit hídrico y ante la notoria ausencia de capacidades para enfrentar esta crisis. En Cusco, la laguna de Piuray, ubicada en la Cordillera Vilcanota y que aporta el 42% del agua que consume la ciudad, había disminuido su capacidad de almacenamiento considerablemente, amenazando con dejar sin agua a la población. Algo similar ocurría en ciudades de la sierra central, como Huancayo. En el departamento de Puno, la superficie del lago Titicaca retrocedió dos centímetros por debajo del punto en el que se considera advertencia de sequía, algo que no se veía desde 1998. En Arequipa, las represas del sistema Chuli tenían un almacenamiento de agua equivalente al 58% de su capacidad y algo similar ocurría con las represas del norte.
En lo que va del año 2024, la falta de lluvias nuevamente ha golpeado varias zonas del país, pero más allá de un período puntual de sequía, los pronósticos para el mediano y largo plazo no son nada favorables: las cuencas hidrográficas de la región del Pacífico seguirán mostrando una situación de mayor déficit hídrico y, como señala el Banco Mundial, al 2030, los impactos en los ciclos de lluvias en la región se verán exacerbados por el cambio climático: “Se espera que aumenten los choques hídricos relacionados con lluvias extremas y sequías dado el continuo deterioro de las cuencas hidrográficas, el aumento de la variabilidad de las precipitaciones y la aceleración de la retracción de los glaciares en los Andes”.
Si bien es necesario invertir en infraestructura, sobre todo tenemos que proteger las zonas productoras de agua, hacer gestión sostenible de este bien natural, desarrollar una mayor capacidad de alerta meteorológica, etc. La seguridad hídrica, entendida como “la disponibilidad en cantidad y calidad aceptables de agua para la salud, los medios de subsistencia, los ecosistemas y la producción, junto con un nivel aceptable de riesgos relacionados con el agua para las personas, el medio ambiente y las economías es crucial para el camino del Perú hacia la prosperidad” (Banco Mundial, 2023).
La premisa es que la prevención -en Valencia o en Piura- permite proteger a las poblaciones (sobre todo a las más vulnerables) y la infraestructura estratégica y los sistemas productivos (que deben adecuarse con urgencia a la nueva situación). Hacer esto es menos costoso que reconstruir cada cierto tiempo tras los graves daños que generan los eventos climáticos extremos.
Lo cierto es que ya estamos viviendo una nueva “normalidad” caracterizada por una crisis climática que viene acompañada de un conjunto de eventos extremos que se convertirán en recurrentes y, en algunos casos, hasta permanentes.
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