La APEC y el hidrógeno “bajo en carbono”

Paul E. Maquet

Este mes se llevó a cabo en el Perú la reunión de ministros de Energía de los 21 países miembros del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). Esto, en el marco de la reunión de presidentes de APEC que tendrá lugar en Lima en noviembre. En la nota de prensa compartida por el Gobierno peruano, nos ha sorprendido que se hable de “una transición energética justa, limpia y sostenible”, que sin duda todos deseamos. Pero más aún ha sorprendido que esas palabras vayan en la misma frase que “implementar hojas de ruta sobre hidrógeno limpio y bajo en carbono”. ¿Es el hidrógeno la clave para una transición “justa, limpia y sostenible”?

Imagen: Todo ingenierias

El hidrógeno está de moda. Como elemento combustible, se puede usar para hacer funcionar motores, en especial en sectores como el transporte y la maquinaria pesada, así como en algunos procesos industriales. Muchos lo ven como una alternativa milagrosa que permitirá descarbonizar la economía, y ya se anuncian grandes inversiones a nivel internacional para promover la producción y crear un mercado, algo que hoy prácticamente no existe.

Pero, como cualquier otra tecnología, la generación de energía a partir de la combustión de hidrógeno debe evaluarse con todos sus argumentos a favor y en contra. Y, sobre todo, no debemos dejarnos arrastrar por los cantos de sirena de las falsas soluciones que siempre aparecen, bajo una lógica de negocio, y que distraen del objetivo de fondo: detener las peores consecuencias de la crisis climática causada por la contaminación producto de las actividades humanas.

Lo primero que habría que corregir es la idea de que una buena alternativa climática es utilizar un combustible “bajo en carbono”. Aquí hay una confusión grave. A estas alturas, no necesitamos ser “bajos” en carbono: necesitamos ser carbono neutrales, alcanzar las cero emisiones netas lo antes posible.

La confusión aquí no es gratuita. ¿Por qué se habla de hidrógeno “bajo en carbono” si la combustión de moléculas de hidrógeno, en sí misma, no genera dióxido de carbono ni otros gases de efecto invernadero? Porque existen varios “colores” del hidrógeno, en la jerga tecno-política que se ha ido construyendo internacionalmente, y estos tienen que ver con las materias primas y fuentes de energía que se utilizan para producir el hidrógeno, y con los impactos ambientales de dicho proceso.

Para entender esto, necesitamos saber que el hidrógeno para uso industrial no se obtiene en estado puro en la naturaleza, sino que se produce. Para ello, se necesita energía, lo que nos trae a la paradoja de producir una fuente de energía invirtiendo para ello energía generada por otra fuente previamente.

Así, el llamado “hidrógeno negro”, “marrón” o “gris” es el que se produce a partir de la descomposición del gas o petróleo, o utilizando como fuentes de energía combustibles fósiles, por lo que sí genera emisiones contaminantes. El hidrógeno “azul”, obtenido por otros procesos físicos, también implica el uso de hidrocarburos y también genera emisiones, si bien estas son menores. La única categoría que es “cero emisiones” en su producción es el llamado “hidrógeno verde”, pues se llama así al que se obtiene a partir de la electrólisis del agua (separación de los átomos de oxígeno e hidrógeno) utilizando electricidad de fuentes renovables, como la solar o la eólica. Solo en este caso, ni los insumos ni las fuentes de energía generan emisiones.

La “confusión” que se quiere crear al hablar de una transición energética que utilice “hidrógeno de bajas emisiones”, decíamos, no es gratuita. Lo que se busca es generar un mercado internacional ―que, repetimos, hoy prácticamente no existe― y poder vender todos los tipos de hidrógeno, haciendo parecer que se está contribuyendo a la lucha contra el cambio climático por utilizar un combustible “limpio”, cuando en realidad las emisiones contaminantes sí se están generando en una etapa anterior de la cadena productiva. Esto es lo que en el movimiento climático se conoce como las “falsas soluciones”.

En esta línea se inscribe la reciente Ley aprobada por el inefable Congreso del Perú, que incluso define ―contra toda la clasificación usada internacionalmente― que el hidrógeno “verde” es aquel “producido con tecnologías de baja emisión de gases de efecto invernadero” (Ley 31992, Ley de fomento del hidrógeno verde, artículo 2). Repetimos: la crisis climática exige la carbono neutralidad, no “bajas emisiones”. Y el hidrógeno verde es, tal como es definido en instancias internacionales, aquel que es cero emisiones.

Hecha esta aclaración, cabe preguntarse si ese hidrógeno realmente verde debe ser parte de la lucha contra el cambio climático y por una transición energética “justa, limpia y sostenible”, como han dicho los ministros de APEC.

Como ya hemos adelantado, la combustión del hidrógeno se considera una fuente de energía eficaz para ciertos usos energéticos, por ejemplo, en relación a automóviles, buses y camiones, maquinaria pesada y ciertos usos industriales en los que la electrificación es aún un desafío. En esa medida, no hay a priori ninguna razón para no tomar en cuenta esta alternativa dentro del mix de fuentes energéticas que requerirá un tránsito hacia el urgente abandono de combustibles fósiles.

Pero, siempre hay un pero. Una de las cosas que nos preocupa es la commodificación del hidrógeno verde, es decir, su transformación en una mercancía sometida al juego de la demanda de los mercados globales. ¿Por qué? Porque, como decíamos, para producirlo se necesita básicamente dos cosas: agua y energía. Así que la fantasía de un mercado global de hidrógeno nos llevaría a exportar agua, que ya es un bien escaso, y que lo será cada vez más en un contexto de cambio climático.

Además, como ya adelantamos, la paradoja es que se necesita generar energía cero emisiones (por ejemplo, solar o eólica) para poder producir hidrógeno. Entonces, ¿no es más eficiente usar directamente esa energía, a través de la electrificación de la mayoría de usos energéticos? ¿Usar directamente la electricidad para mover el transporte y las maquinarias, por ejemplo? ¿Qué sentido tendría producir esa electricidad limpia que necesitamos para nuestra transición energética, pero usarla para producir una mercancía que servirá para la transición energética de otros países?

De hecho, a la fecha, las tecnologías que tienen avances más acelerados son las que tienen que ver con la electrificación, e incluso hay innovaciones (como baterías sin litio ni tierras raras, o vehículos de carga pesada y maquinaria eléctricos) que están superando cada vez más algunos de los obstáculos que tradicionalmente se atribuían a la electrificación. En cambio, la infraestructura necesaria para “hidrogenizar” la energía está aún en pañales.

A nuestro modo de ver, los usos en los que realmente podría ser relevante el hidrógeno son bastante específicos. Sin duda, cada país podría producir el hidrógeno que necesita para esos usos, más aún cuando agua y electricidad son insumos que se pueden conseguir en la escala nacional. Pero si se quiere fomentar un mercado global es, probablemente, para externalizar los impactos que esto podría tener en la disponibilidad de agua a nivel local. Es mejor comprar agua en los países “pobres” a usar la propia.

Al final, el asunto de fondo es que la crisis climática nos obliga a poner en cuestión patrones de producción y consumo. De lo que nos habla la crisis ecológica no es de que una tecnología sea buena o mala, como a veces parecen pensar los que centran todo en las alternativas técnicas. De lo que se trata es de que los ritmos de producción y consumo de materia y energía que requiere la dinámica económica contemporánea son de tal magnitud, que constantemente están rompiendo los límites y equilibrios físicos y ecosistémicos sobre los cuales se sostiene la sociedad humana. Mientras lo que guíe las soluciones siga siendo la lógica del negocio, toda alternativa tenderá a commodificarse, ya sean los autos eléctricos, el hidrógeno o lo que fuera, y esa demanda infinita continuará presionando a la naturaleza más allá de sus límites. Para construir una “transición energética justa, limpia y sostenible”, como han planteado los ministros de APEC, sin duda se necesitarán tecnologías, pero aún más necesarios son modelos sociales nuevos que pongan por delante el bien común y la protección de la naturaleza.

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