Arequipa sin agua

Paul E. Maquet

Un desastre anunciado. Tal como ocurrió hace siete años en Lima, esta vez ha sido la ciudad de Arequipa la que se ha quedado sin agua potable, paradójicamente, debido a las fuertes lluvias en la sierra. Tal como venimos insistiendo hace meses, nuestra infraestructura no está preparada para el doble combo de El Niño y la crisis climática global, y la provisión de agua debía estar en el centro de la preocupación.

En la ciudad de Arequipa viven más de un millón de personas: es la segunda ciudad más poblada del país. Y desde hace tres días, un 88% de la ciudad no tiene acceso al agua potable. La razón: las intensas lluvias que ocurren aguas arriba del río Chili, que han causado deslizamientos o huaycos, llevando lodo y sedimentos en tal volumen que no pueden ser tratados por la empresa de agua potable, Sedapar.

Es exactamente lo mismo que ocurrió en Lima en el verano del 2017, cuando las lluvias y huaycos del “Niño costero” dejaron a la ciudad sin acceso al agua potable por casi cinco días.

La desesperación, las largas colas, el enojo y la angustia de los arequipeños y arequipeñas, son imágenes que una vez más nos recuerdan lo vulnerables que somos ante la variabilidad climática. Una situación que no es pasajera, sino que va a empeorar año tras año.

Es importante insistir, aunque sea repetitivo: la crisis climática actual no es “natural”, es causada por la contaminación del aire con los gases que se producen al quemar combustibles, principalmente, y por la deforestación que está destruyendo los sumideros naturales de carbono. Ello ha elevado la temperatura global ya en 1.5 °C y, en la medida en que sigamos contaminando, podemos llegar a 2 °C, 3 °C o más en las próximas décadas. Cuando aparece un fenómeno de El Niño (una oscilación periódica de la temperatura del océano), este se produce sobre condiciones que ya son anormales y más cálidas de lo natural, empeorando sus efectos.

Y en ese contexto, la provisión de agua en el Perú es vulnerable en dos sentidos: por un lado, la época de seca se extiende, dejando vacíos nuestros reservorios cuando no hay lluvias; y, por otro lado, la época de lluvias es más violenta e intensa y supera la capacidad de tratamiento de nuestras plantas de potabilización. Llueva o no llueva, estamos permanentemente en riesgo de quedarnos sin agua.

Prepararnos ante el cambio climático debería ser la prioridad número uno de la política nacional, tanto en términos de adaptación (asegurar la infraestructura hídrica y conservar y regenerar los ecosistemas productores de agua) como de mitigación (dejar de contribuir con la contaminación y dejar de deforestar). Esto no es un juego ni una broma.

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