Testimonio de una visita a Francisco

Ana Leyva

Ayer fui a ver al Papa Francisco en el local de la Nunciatura. Tenía una entrada que era para activistas de la sociedad civil, por lo menos eso me dijeron. En el bloque privilegiado en el que estaba,  no había nadie que conociera. Era gente con polos que decían “Staff del papa”, “Guardia del Papa”, otros vestidos de saco y corbata que cumplían el rol de seguridad y familias de clase media y media alta. Si bien las otras zonas más alejadas a la Nunciatura estaban atiborradas de gente, la nuestra no, tenía mucho espacio libre. La gente gritaba “somos la guardia del papa”. Los jóvenes “somos la juventud del Papa”, también se entonaba “Cómo no te voy a querer si eres el Papa Francisco, vicario de Cristo que nos viene a ver”. Esa era la canción con más contenido que se cantaba.

La gente estaba emocionada, a través  de una pantalla gigante seguían la llegada del Papa y su trayecto a la Nunciatura. Sentía que para la mayoría de ellos era un personaje mágico –espiritual que podían ver. Eso me hizo recordar la llamada de mi primo que quería que le consiguiera entradas para la misa del Papa con la justificación de que estaba enfermo y con muchos problemas.

En medio de todo ello, me sentía sola y extraña. El único refugio que tenía en ese momento era la lectura del mensaje de Francisco al movimiento popular de California y su discurso en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Afortunadamente, luego llegó una amiga y nos acompañamos. Ambas luchamos por salir del lugar de donde estábamos para pasar a un cuadrilátero contiguo que tenía menos gente, pero que parecía más cálido.  Allí vimos de cerca al Papa. Un anciano con un rostro afable y bondadoso. Verlo me emocionó y me hizo pensar que ese anciano tenía el gran desafío de hacernos entender que lo más valiosos que traía consigo era el mensaje cristiano, algo que en ese momento no parecía importar mucho  a nadie.  Se acercó a la gente para saludar y luego tomó un micrófono, nos dio su bendición y entró a la Nunciatura. Acto seguido, fue la presentación de  bailarines de marinera y cantantes de música cristiana. Alguien dijo que el Papa saldría a las 8:00 de la noche, pero no fue así.

Estuve cuatro horas en ese lugar y no escuché ni una sola palabra que aludiera al mensaje del Papa a las familias, a la juventud, sobre el medio ambiente, la corrupción, la construcción de la paz, el sentido de la vida, tantas cosas interesantes que el Papa Francisco dice. Esas cuatro horas me  dejaron una sensación de vacío. Por la noche retumbó en mí un fragmento del mensaje de Francisco:

“El peligro es negar al prójimo y así, sin darnos cuenta, negar su humanidad, nuestra humanidad, negarnos a nosotros mismos y negar el más importante mandamiento de Jesús. Esa es la deshumanización. Pero existe una oportunidad: que la luz del amor al prójimo ilumine la tierra con su brillo deslumbrante como un relámpago en la oscuridad, que nos despierte y la verdadera humanidad brote con esa empecinada y fuerte resistencia de lo auténtico”.

Bienvenido Papa Francisco. Lo escuchamos.

19 de enero de 2018

(Foto: El Comercio)

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