Y qué importa lo que les pase a los otros

Ana leyva

La apuesta por sociedades sin sentido de lo colectivo y sin responsabilidad por el otro

En el sistema capitalista, adoptado por casi todos los países del mundo, se busca maximizar la producción de bienes y servicios para tener la mayor cantidad de ganancias. En esta lógica la producción no puede parar y debe ser cada vez mayor. Para que así sea, los bienes que se producen tienen una corta duración. Esto lleva a que la demanda de insumos también se incremente permanentemente.   

En esta lógica, el bienestar de la sociedad se define como la posibilidad de disfrutar de los bienes que se producen y de remplazarlos con cierta frecuencia.

Esta máxima, en periodos de recesión, se asume con mayor radicalidad. Todo el tiempo se nos dice que tenemos que producir más para superar dicha situación, asumiendo los costos que ello podría acarrear. Por lo tanto, todo límite impuesto por la sociedad a ese proceso se convierte en una “barrera”. Este dogma en la práctica nos está conduciendo a situaciones peligrosas e irreversibles, las cuales, se prefiere ignorar y dejar que se resuelvan en el futuro. Crecer a costa de quedarnos sin país.

El resultado de todo ello, es paradójico. El bienestar no se puede generalizar y se concentra en unos pocos, dando lugar a sociedades con mucha desigualdad. Por otro lado, la incesante demanda de insumos y la generación de desechos termina destruyendo o reduciendo las condiciones mínimas de existencia humana y de la vida en general.

Además, en este contexto, cuestionar esta lógica, convierte a quienes pensamos distinto en enemigos del desarrollo o progreso de la humanidad.

Desde esa lógica, la única tarea del Estado es facilitar el intercambio y levantar los límites jurídicos existentes o la resistencia social hacia las inversiones. Incluso, se considera justificada la utilización de las fuerzas armadas y policiales para lograrlo.

¿Qué límites resultan incómodos para esta lógica de la acumulación a cualquier costo?

  1. La protección de la Amazonía por su importante biodiversidad o servicios ambientales.
  2. La protección de los pueblos en aislamiento voluntario o contacto inicial.
  3. La protección de tierras comunales.
  4. La protección de áreas agrícolas.
  5. La protección de cabeceras de cuenca u otras zonas proveedoras de agua, como los humedales.
  6. La protección del mar peruano y su riqueza hidrobiológica.
  7. La educación y la salud como derecho y servicio público (en oposición a la idea predominante de mercancía)
  8. El valor de la vida y dignidad de las personas (su vida y dignidad) sobre todas las cosas e intereses.

Esta percepción no es una exageración, para comprobarla, basta mirar muchos de los proyectos de ley del Ejecutivo y Congreso.

De todo ello, la gran pregunta que surge es si queremos sociedades de la abundancia y de la obsolescencia de bienes, que sacrifican a la naturaleza y a las personas; que favorecen al más poderoso económicamente hablando y que generan desigualdades profundas; que hacen que cada persona vea por sí misma y considere al otro como un potencial enemigo.

 ¿Queremos sociedades sin sentido de lo colectivo y sin responsabilidad por el otro? Al parecer sí, porque estamos empecinados en desbaratar todo lo que pueda ser el marco de relaciones justas, igualitarias, colaborativas y con conciencia ecológica.

 Por otro lado, ¿queremos acaso un Estado que solo garantice la competencia y la mayor rentabilidad posible para quien invierte o, queremos asignarle otros roles al Estado como garantizar la justicia evitando el uso abusivo del poder, la igualdad, el bienestar y los derechos de todos?

¿Para qué vivir en sociedad, si no es para asegurar un trato humano y justo entre nosotros y evitar la barbarie? Considerar al ser humano solo como individuo, como productor o consumidor, es ponerlo solo al nivel de sus necesidades primarias y hacer que olvide el vínculo que lo une a los demás seres humanos, con la naturaleza y que le ha permitido desarrollar cultura.

Compartir: