¿Qué desarrollo buscamos? Las lecciones de Piura

Ana Leyva

Por muchos años visité Piura. Era la ciudad de un pujante crecimiento económico que mostraba inversión en el agro, la industria alimentaria, la actividad pesquera, hidrocarburífera, comercio y servicios. La instalación de un gran centro comercial en esta localidad, similar a los de Lima, era percibida por algunos de sus pobladores como una expresión de la prosperidad lograda. A nivel institucional se tenía como principal objetivo promover la inversión privada, considerada la clave del éxito.  También, se contaba con un conjunto de instrumentos de planificación que en gran medida dormían el sueño de los justos: planes de desarrollo, zonificación ecológica, económica, estrategia frente al cambio climático, plan de prevención de riesgos de desastres, entre otros.

Imagen: Costos Perú

Cuando pasó el Fenómeno de El Niño Costero, Piura quedó devastada. Fui varios meses después, y la ciudad parecía un enorme pueblo joven, con las pistas destruidas y llenas de barro. Solo quedaba su gente amable y la buena comida. El agua del río lo había inundado todo. Ante un cambio tan abrupto, uno se preguntaba ¿qué pasó? ¿A dónde se fue su prosperidad? ¿Acaso  el fenómeno del Niño Costero fue un hecho sin precedentes que los tomó de sorpresa? No. Piura, a lo largo de su historia, había enfrentado fenómenos de El Niño similares o peores. La gran pregunta era entonces por qué no se hizo nada para prevenir el desastre. Aquellos que hicieron los planes salieron a decir que había un conjunto de acciones pensadas pero que nunca se llevaron a cabo por falta de recursos y decisión política. Y uno se volvía a preguntar por qué no hubo la decisión y la asignación de recursos para algo tan importante si era una región en crecimiento. Tal vez, porque implicaba poner condiciones a una inversión sin límites que avanzaba por donde se le permitiera, invadiendo hasta el recorrido del río. Pero además, el tener y seguir un plan supone trabajar por alcanzar resultados a largo plazo, algo que no importa mucho para quien piensa que el mercado lo resuelve todo.

Además de ello, en ese entonces la televisión mostraba obras de contención que habían sido arrasadas. Y nuevamente, la pregunta: ¿por qué? Evidentemente, porque estaban mal ubicadas o mal hechas. Lo que daba cuenta de falta de planificación, falta de estándares de calidad, deficiente supervisión y corrupción.

El diagnóstico era evidente para quien quería ver. En este contexto, la reconstrucción podía ser una oportunidad para un cambio radical.  Lamentablemente, no fue así. Comenzó a primar la idea de que había que poner las cosas como habían estado anteriormente lo más rápido posible.  Eso implicaba no ponerle trabas a la inversión pública y, por lo tanto, minimizar las condiciones que requieren los permisos ambientales. Ello suponía también que el actor principal para lograrlo era el empresariado que hace las cosas bien y rápido. En realidad, lo que se proponía y se hizo era volver a lo mismo de siempre. Con ello, se desaprovechó la oportunidad de ordenar el territorio, de tener objetivos de largo plazo, de recoger el conocimiento local y comprometer las fuerzas de la sociedad piurana en la construcción de un futuro más seguro.  Pero además de generar una cultura de la prevención frente al riesgo y la posibilidad de organizar a la población para enfrentar situaciones similares. Todo ello implicaba también fortalecer el Estado, y replantear una descentralización que había sido diseñada para el fracaso, completamente dependiente de Lima.

La pandemia de COVID-19 hizo nuevamente que pusiéramos nuestros ojos en Piura. Su alto número de contagiados y muertos, el colapso del sistema público de salud y el pánico y desesperación de su población fue lo que llamó nuevamente nuestra atención. En Piura, al igual que el resto del país, la salud y educación es un tema que cada uno resuelve de manera privada, de acuerdo a su poder adquisitivo y solo si no se tiene otra opción, se recurre al Estado, que brinda un servicio que generalmente conduce a una serie de penurias y carencias que las sufre estoicamente quien no tiene plata.

Pero el COVID nos ha demostrado nuevamente que el mercado no resuelve nuestros problemas de salud, y que necesitamos del Estado. Los servicios de salud privados son, en realidad, negocios, que han sido incapaces de contribuir a contener la expansión de la pandemia, y que además excluyen al usuario que no tiene los recursos necesarios.

Pienso que nuevamente se nos plantea la disyuntiva de si cada quien se salva como puede, a cualquier costo, o si construimos una manera colectiva de hacer las cosas de forma fraterna y humana. Tengo el temor que nuevamente pensemos que las cosas se resuelven solo con la construcción de hospitales modernos; que nos quedemos, otra vez, en la superficie, en aquello que es visible. Ahora más que nunca, es necesario reformar el sistema de salud, la educación pública, fortalecer al Estado con una visión de largo plazo que busque el bienestar de todos los peruanos y peruanas y que empiece ya, con nuevas formas de hacer las cosas e impulsando las reformas estructurales necesarias.

03 de julio de 2020

Compartir: